Orden DeMolay México

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viernes, 16 de abril de 2010

Nuestro héroe: Jacques DeMolay


Jacques Bernard DeMolay nació en la ciudad de Vitrey en Borgoña, Francia, en el año 1244. Miembro de una familia noble y adinerada, era hijo de Juan, Señor de Lonvy, heredero de Mathe y Señor de Rahon, territorio a donde pertenece la región DeMolay, de donde viene el apellido familiar.

A los 21 años, DeMolay solicitó su admisión en la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón, mejor conocidos como Caballeros Templarios u Orden del Temple, que en ese tiempo estaban bajo el liderazgo de Tomás Berard. A su encuentro salió el visitador de Francia y de Portu, Imbert de Perand, y finalmente, DeMolay fue iniciado en la capilla del Temple en la residencia de Beaune y comenzaría su carrera monástica-militar como un templario más, bajo la triple regla de pobreza, obediencia y castidad.

Después de la muerte de Tomás de Berard en 1273, el puesto de Gran Maestro lo ocupó William de Beaujeu, durante parte de este tiempo, los mamelucos tomaron posesión de Tierra Santa y las fuerzas cristianas fueron desplazadas. Jacques DeMolay, después de luchar valientemente, fue enviado a la Britania, donde rápidamente fue subiendo en la jerarquía de la Orden. Fue ascendido al cargo de Visitador General y posteriormente a Gran Preceptor de toda Bretaña. Durante este tiempo, William de Beaujeu falleció y ascendió Thibaud de Gaudin como Gran Maestre.

Posterior a la muerte de Thibaud de Gaudin el 16 de abril de 1292 Y después de casi 30 años de servicio a la Orden y una impecable labor, DeMolay fue elegido por sus Hermanos Templarios como el nuevo Gran Maestre en 1293, una posición de poder y prestigio, pero sobre todo, un puesto de responsabilidad y liderazgo; convirtiéndose en el 23º y el último Gran Maestre de la Orden.

Después de su ascensión al cargo, organizó varias expediciones a Tierra Santa, logrando entrar a Jerusalén y venciendo las fuerzas del Sultán de Egipto, Malej Nacer, derrotándolo definitivamente en la ciudad de Emesa en 1299. En 1300 organizó otra incursión hacía Alejandría y estuvo a punto de recuperar la ciudad de Torsota para la cristiandad, de manos de los sirios.

Pero para el infortunio de las fuerzas cristianas en general, los sarracenos ganaron terreno y rápidamente las ciudades que los Templarios habían ganado, les fueron arrebatadas. Ello sucedió ya que solamente los Templarios y los Hospitalarios se encargaron de defender las ciudades, desprovistos de apoyo de otros reinados de la cristiandad. Jacques DeMolay se veía en apuros por esta situación.

Así que decidió partir de Inglaterra a la isla de Chipre, para reorganizar las fuerzas templarias, cuyas actividades no sólo se veían inmersas en recuperar Tierra Santa, sino en proteger a los peregrinos y a los reinos cristianos de sus enemigos, ya fueran musulmanes o paganos. DeMolay esperaba reorganizar a sus ejércitos a la espera de que una nueva cruzada fuera convocada, pero el convocado fue él y varios de los altos mandos del Temple, el Papa Clemente V los llamaba a la ciudad de París, Francia, para atender algunos asuntos en 1307.

Desde hacía algún tiempo, el rey francés Felipe IV debía mucho dinero a la Orden Templaria, por unos préstamos que le habían realizado, esto, sumado a la negativa de la Orden a admitirlo como caballero y a la ambición del monarca, desembocó en que Felipe, “el hermoso”, convenciera al Papa Clemente V de aprehender a los templarios por una serie de cargos de herejía y hechicería.

En el otoño de 1307, el viernes 13 de octubre por la noche, Jacques DeMolay fue aprehendido junto con gran parte de sus hermanos por los soldados del monarca francés y de la inquisición en todo el territorio francés. Cabe mencionar la nula resistencia de los Caballeros Templarios a ser aprehendidos, siendo que eran de los guerreros más fieros de toda la cristiandad.

Gran parte de los templarios murieron durante los procesos de juicio y testimonios, en los que el jefe inquisidor Imbert, confesor del rey Felipe, utilizó toda la gama de artilugios y aparejos para sacar las confesiones de sus labios. Los tormentos terribles de la Inquisición se utilizaron de manera brutal. A lo largo de siete años de proceso judicial, muchos caballeros confesaron, más víctimas del sufrimiento que por la veracidad de sus palabras. DeMolay fue uno de ellos, aceptando los cargos de los que se le acusaba, pero jamás revelando a sus compañeros o los secretos de la Orden, aún cuando antes de atormentarlo le habían ofrecido riquezas y poder.

Sin embargo, DeMolay se sentía sumamente avergonzado y deshonrado de haber aceptado tales acusaciones, que resultaban impías y falsas. En el último momento, el 18 de marzo de 1314, cuando el arzobispo de Sens dio la condena de cadena perpetua al Gran Maestro y a sus compañeros frente a la catedral de Notre Dame, públicamente, DeMolay decidió retractarse y gritar a la muchedumbre:

“Justo es que en estos últimos instantes de mi existencia revele la verdad. Confieso por lo tanto, ante Dios y ante los hombres, que, para mi eterna deshonra, he cometido en efecto los mayores crímenes, pero únicamente cuando reconocí y confesé aquellos que una maldad muy oscura ha imputado a nuestra Orden: afirmo, como la verdad me obliga a constatar, que la Orden es inocente. Si alguna vez declaré lo opuesto, lo hice únicamente para finalizar los horribles estragos del suplicio y para conseguir la indulgencia de mis torturadores.

Conozco el castigo que me espera por las palabras que estoy diciendo; pero el horrible espectáculo que se me ha presentado con el destino de muchos de mis hermanos, no me llevará de nuevo a confirmar mi primera falsedad con otra; la vida que se me ofrece con tan nefasta condición, la dejaré sin sentimiento. ¡Nos consideramos culpables, pero no de los delitos que se nos imputan, sino de nuestra cobardía al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras miserables vidas!"

Las palabras del Gran Maestro fueron causa de tumulto entre la gente que presenciaba lo que era el final del proceso contra los templarios. DeMolay y sus compañeros fueron rápidamente llevados a un juicio secreto y final, dentro de las instalaciones de la catedral, donde mantuvo su postura, apoyado por Guy de Auvergnie. Ambos fueron condenados a la hoguera, y ese mismo día, frente a Notre Dame, caminaron hacía el destino que muchos de sus hermanos habían seguido antes.

El rey Felipe IV y el Papa Clemente V se veían complacidos en parte, por la aniquilación del último Gran Maestro y la caída de la Orden del Temple, aunque no habían conseguido lo que buscaban: el gran tesoro de los Templarios, el poder oculto y los secretos de la Orden. Felices por el veredicto contra DeMolay, estuvieron presentes en su ejecución. Pero DeMolay no se fue sin proferir sus últimas palabras. Las primeras, en defensa de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, que habían sido acusados falsamente; las últimas, dichas como una voz profética contra sus detractores:

"Dios sabe quién se equivoca y ha pecado, y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad. Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año..."

Tras proliferar tales palabras, Jacques Bernard DeMolay, último Gran Maestro de los Caballeros Templarios fue quemado lentamente en la hoguera junto a Guy de Auvergnie, Preceptor de Normandía. Y al igual que varios de sus hermanos, al morir lentamente en la hoguera, rezaron el “Padre Nuestro”, mientras sus cuerpos eran consumidos por el fuego.

Muchos de los presentes, regresaron al anochecer para recoger las cenizas de los que consideraban mártires, y las guardaron como reliquias. Y la profecía de Jacques DeMolay se cumplió justo como lo había dicho: Clemente V murió a los 37 días, ya estaba enfermo pero sufrió una fuerte infección estomacal que lo terminó. El rey Felipe murió el 29 de noviembre, a causa de un accidente de caza, sufrió una apoplejía y murió.

Jacques Bernard DeMolay, como todos sus compañeros, son dignos de reverencia. Fueron grandes Caballeros que defendieron a capa y espada lo que creían y consideraban sagrado. Sus ideales de honor, justicia, respeto, humildad y sabiduría, deben estar presentes en nosotros cada día de nuestras vidas. Recordemos al héroe y mártir, al último Gran Maestro de los Templarios, quien decidió dar su vida a vivirla con deshonra, quien prefirió morir a traicionar a sus compañeros o faltar a su juramento, y quién jamás perdió la esperanza y la devoción en el Eterno.